Vejez previa
Empiezo a preocuparme, y mucho, por todo lo que olvido.
El médico, que seguramente me tiene manía porque no consigo llamarlo por su nombre, dice que es natural “con mi edad” perder alguna palabra que se tiene en la punta de la lengua, pero que tarde o temprano se recuerda. Así que decidí empezar a recordar todo lo que pudiera, en orden cronológico para ejercitar mi desmusculada memoria, porque se trata simplemente de ejercitarla.
De mis primeros años recuerdo muy claramente un accidente, una tromba de agua y una mujer sin cabeza debajo de un trailer atravesado en una inmensa avenida. Menos mal que sé que es mentira, pero lo conté tantas veces que me resulta imborrable.
Luego vinieron los recuerdos estudiantiles y mi extenso catálogo de fracasos escolares. El primero de ellos y el más determinante fue mi primer día de Kinder.
Quise ponerme en las mejores condiciones para recordar detalles y recurrí a Internet para recopilar información; con streetView me ubiqué en la mismísima puerta del “Jardín de niños Ehecatl”, que aún existe (prueben a encontrar las calles de la infancia, ¡es fascinante!). Una calle llena de baches en una curva, de un solo sentido, de barda larguísima, encalada y con esas pintadas políticas de candidatos de dos sexenios anteriores que nadie se atreve a borrar y que recuerdan un concierto de música grupera.
El edificio es el mismo y creo que la puerta debe serlo, porque la veo caída, desvencijada, roída y repintada varias veces. Lo curioso es que en 2015 (fecha de la última imagen de google maps), hay un papel en la puerta que dice:
“Inscripciones” 19 de agosto de 8.30 a 10 30 am Documentos: 1 copia acta de nacimiento, 2 copias (ilegible) al 2001, 1 Copia cartilla (ilegible), 1 copia (ilegible) domicilio, 1 copia (ilegible); y así 1 copia, otra, tres más, hasta terminar en una letra pequeñísima más ilegible aún porque se les acababa el papel.
Recordé finalmente así y con claridad mi triunfal entrada en el mundo educativo.
Seguramente mis papás llevaron todos los documentos que en su día se requerían pegados con cinta adhesiva en el portón, porque fui admitido en tan reputada institución.
Aquella mañana me levantaron muy temprano, más de lo habitual, me pusieron el uniforme por primera vez, me acicalaron e intentaron peinarme sin resultado aceptable. Me pusieron algún tipo de loción y mi madre se encargó de cargarme el pelo una vez más con jugo de limón para ver si aguantaba el pelo tieso durante la mañana. Me llevaron medio a rastras hasta la puerta porque pensaban que lloraría, y porque no tenía ganas de caminar; me presentaron ante alguna profesora que les preguntó algo a los míos y casi sin mediar respuesta me expulsaron por primera vez de una escuela, por no llevar sillita.
Era por lo que supe después, requisito indispensable para los niños de nueva inscripción llevar sillita infantil, pero estaría en la última línea ilegible de los requisitos del papel de 1973-4.
Así que he superado la primera prueba de memoria, tengo un recuerdo bastante claro de una cosa lejanísima. Debo estar bastante bien.
Luego, recuerdo varias expulsiones, castigos y reprimendas con más detalles, desde la primaria hasta la Universidad, pasando por el Seminario Salesiano, pero no vienen al caso.
He hecho más ejercicios de memoria y me los he apuntado para contarlo a los amigos después, si me lo permiten.
Está claro que mi médico… como se llame, no tiene razón. Todo se debe al exceso de trabajo, soy aún lozano y joven.
Ahora me despido de ustedes porque debo recoger a mi hija que me espera en la estación, voy retrasado y no me preocupo, porque este ejercicio de memoria me ha aliviado y además ella ya tiene 16 años… o 14... en fin, creo que tiene mi número de teléfono por si acaso.
El médico, que seguramente me tiene manía porque no consigo llamarlo por su nombre, dice que es natural “con mi edad” perder alguna palabra que se tiene en la punta de la lengua, pero que tarde o temprano se recuerda. Así que decidí empezar a recordar todo lo que pudiera, en orden cronológico para ejercitar mi desmusculada memoria, porque se trata simplemente de ejercitarla.
De mis primeros años recuerdo muy claramente un accidente, una tromba de agua y una mujer sin cabeza debajo de un trailer atravesado en una inmensa avenida. Menos mal que sé que es mentira, pero lo conté tantas veces que me resulta imborrable.
Luego vinieron los recuerdos estudiantiles y mi extenso catálogo de fracasos escolares. El primero de ellos y el más determinante fue mi primer día de Kinder.
Quise ponerme en las mejores condiciones para recordar detalles y recurrí a Internet para recopilar información; con streetView me ubiqué en la mismísima puerta del “Jardín de niños Ehecatl”, que aún existe (prueben a encontrar las calles de la infancia, ¡es fascinante!). Una calle llena de baches en una curva, de un solo sentido, de barda larguísima, encalada y con esas pintadas políticas de candidatos de dos sexenios anteriores que nadie se atreve a borrar y que recuerdan un concierto de música grupera.
El edificio es el mismo y creo que la puerta debe serlo, porque la veo caída, desvencijada, roída y repintada varias veces. Lo curioso es que en 2015 (fecha de la última imagen de google maps), hay un papel en la puerta que dice:
“Inscripciones” 19 de agosto de 8.30 a 10 30 am Documentos: 1 copia acta de nacimiento, 2 copias (ilegible) al 2001, 1 Copia cartilla (ilegible), 1 copia (ilegible) domicilio, 1 copia (ilegible); y así 1 copia, otra, tres más, hasta terminar en una letra pequeñísima más ilegible aún porque se les acababa el papel.
Recordé finalmente así y con claridad mi triunfal entrada en el mundo educativo.
Seguramente mis papás llevaron todos los documentos que en su día se requerían pegados con cinta adhesiva en el portón, porque fui admitido en tan reputada institución.
Aquella mañana me levantaron muy temprano, más de lo habitual, me pusieron el uniforme por primera vez, me acicalaron e intentaron peinarme sin resultado aceptable. Me pusieron algún tipo de loción y mi madre se encargó de cargarme el pelo una vez más con jugo de limón para ver si aguantaba el pelo tieso durante la mañana. Me llevaron medio a rastras hasta la puerta porque pensaban que lloraría, y porque no tenía ganas de caminar; me presentaron ante alguna profesora que les preguntó algo a los míos y casi sin mediar respuesta me expulsaron por primera vez de una escuela, por no llevar sillita.
Era por lo que supe después, requisito indispensable para los niños de nueva inscripción llevar sillita infantil, pero estaría en la última línea ilegible de los requisitos del papel de 1973-4.
Así que he superado la primera prueba de memoria, tengo un recuerdo bastante claro de una cosa lejanísima. Debo estar bastante bien.
Luego, recuerdo varias expulsiones, castigos y reprimendas con más detalles, desde la primaria hasta la Universidad, pasando por el Seminario Salesiano, pero no vienen al caso.
He hecho más ejercicios de memoria y me los he apuntado para contarlo a los amigos después, si me lo permiten.
Está claro que mi médico… como se llame, no tiene razón. Todo se debe al exceso de trabajo, soy aún lozano y joven.
Ahora me despido de ustedes porque debo recoger a mi hija que me espera en la estación, voy retrasado y no me preocupo, porque este ejercicio de memoria me ha aliviado y además ella ya tiene 16 años… o 14... en fin, creo que tiene mi número de teléfono por si acaso.
Comentarios
Publicar un comentario
Si te da la gana... comenta.