Hace unos años que me encontré a una víctima fantástica de robo de bicicleta… una bicicleta valiosísima, no por su precio ni sus condiciones, sino por su servicio.
Es hija de albañil y de personal de limpieza en casa de pudientes. Ellos le dieron formación y apoyo toda su vida, como a algunos de nosotros quizá, pero ella (a diferencia de muchos), lo valoró siempre, y tenía gran dedicación en superar los problemas de la vida, a base de lucha, perseverancia y agradecimiento por ello.
Uno de los episodios más curiosos de su vida, para mí, fueron los días de la bici.
Simplemente se la robaron, desapareció un día y no había rastro de ella, ninguna pista, ni huella sospechosa, un caso irresoluble.
Se denunció el asunto a la policía, pero ni caso, nada que hacer. Se encontraba bien estacionada y asegurada con un fuerte candado y una cadena robusta. Sin embargo, para un ladrón profesional y resuelto, eso resulta una minucia, nada, simplemente un cortafrío, un crack… y a rondar en la ciudad del Renacimiento en bici buena, de segunda mano, pero gratis.
La mujer desvalijada, continuó yendo a trabajar y seguir su vida con un poco más de esfuerzo del habitual, obstinada pero nunca rendida, con rabia pero sin mirar atrás. Si hubiera encontrado al ladrón en acción lo hubiera dejado knock-out simplemente con su verborrea y su amplio conocimiento de insultos, groserías y vejaciones, pero no se dio el caso, así que ella se retiró caminando hasta su casa aquel día de invierno.
Tres días más tarde, vio de reojo su preciado vehículo encadenado con otra cadena, en otra esquina y con otro candado cinco o seis calles más allá.
No por rabia, sino por empeño, se le ocurrió que el ladrón tendría que aprender a valorar lo que por poco esfuerzo obtuvo; así que se acercó a la ferretería más cercana, compró un candado y cadena nuevos, se acercó al artefacto robado y volvió a encadenarlo, de tal manera que el ladrón se encontraría delante de su propia miseria al cuadrado. Debía sentirse igualmente trastornado que ella días antes al menos.
Terminó la faena y miró con orgullo y satisfacción el doble encadenado, y tras un profundo respiro se retiró del lugar hacia su oficina de trabajo como todos los días, como si nada pasara, se despidió de la bici y le dedicó un “hasta luego” en lo profundo de su corazón.
Un par de días más tarde, sin rabia y sin frustración, recorrió las mismas viejas y bellas calles de regreso al hogar, como siempre, admirando los ventanales majestuosos en lo alto, las paredes de los edificios centenarios del centro de la ciudad, avejentados y magnánimos con sus colores pardos pero poderosos por lo enorme de sus dimensiones, y al cruzar la cercana esquina del anterior reencuentro con su bicicleta, la reconoció una vez más, en el mismo lugar de cinco o seis calles más allá, pero en esta ocasión liberada del candado ajeno.
Tomó la llave que había comprado y guardado con resignación en su bolso, relleno de diversos materiales más o menos útiles que hacían su vida mas feliz, con una ligerísima sonrisa, abrió el candado nuevo y volvió a casa cinco minutos antes de lo previsto aquella noche gélida, a disfrutar de su extraña cena vegetariana que disfrutaba más por convencimiento que por necesidad.
La bicicleta durmió en su acostumbrado rincón del umbral y siguió sirviendo a su tarea por mucho tiempo hasta que nuevamente volvieron a hurtarla años más tarde, esta vez con éxito absoluto.
Me pareció siempre una historia genial el vengarse del ladrón con astucia, y la sigo recordando con cariño y admiración. Resumía en pocas palabras su personalidad, sagaz e incluso un poco quijotesca.
Me vino a la mente ahora, porque desde hace unos meses ella misma se enfrentó al cáncer con la misma actitud; lo miró a la cara, y sin aspavientos asumió su papel con soltura y resolución, no le tuvo miedo, esperó paciente y certera las incertidumbres, los miedos y los prejuicios hasta el mismo día de la intervención quirúrgica final, siempre fuerte y decidida. Hoy la miro, la admiro más aún, y reconozco que llevaba, desde un inicio, la llave de la liberación en su bolso, lleno de cosas extrañas y, por inverosímil que parezca, útiles.
Hoy está fantástica y fuerte como siempre, y la próxima vez que algo trate de robarle la vida, deben saber que podría conseguirlo solo la vejez.
Salud a una mujer fortísima, y mis mejores deseos a todas las personas que padezcan cáncer sin importar cuál ni en donde.
JLVL

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