Una fábula impenetrable, física, alta, poderosa, hermosa y sureña…
Estábamos mirando todos, no sin cierta admiración, aquella gatera “impenetrable, física, alta, poderosa, hermosa y sureña…”
Cientos de razas estuvimos horas olisqueando compasivos, curiosos, desesperados, hasta que empezamos a actuar.
Los Pastores Alemanes, intentaron afanosos escarbar, los Xoloitzcuincles con su gran habilidad probaron tercos a roer las partes blandas de los muros, los Afganos procuraban saltar del otro lado obstinados.
Una jauría de San Bernardo batían al unísono sus pesados cuerpos contra la pared para intentar echarla abajo, Chihuahuas con sus dientecillos tanteaban a desgastar las uniones de los paneles.
Un buen plan fue el de los Terrier que alcanzaron por medio de túneles húmedos la base sólida, pero no pudieron traspasarla.
Centenares de Pitbulls con sus potentes mandíbulas se engancharon al acero de la hermosa puerta tirando hasta la extenuación sin abrirla ni un ápice… miles de mestizos lo intentaron todo, coordinados y organizados, ninguno lo consiguió.
Así era de impenetrable.
Todos sabíamos que estaba allí por que era física. Un hecho.
Cada uno de los Gran Danés, nos confirmaron que era alta como se decía.
Los embarnecidos perros de presa la definieron tan poderosa como se presumía también. Y era evidente que era hermosa, como prometió aquél gato de piel rosada, pelo largo, fino y rubio.
Un gato arisco, por cierto, que lanzaba bufidos y arañaba sin provocación alguna. Cuando maulló sus promesas todos estábamos preocupados; su agresividad, era en realidad un miedo que nosotros somos capaces de oler aún sin mirar, intuíamos su precaria situación de histeria y paranoia.
Ese gato confundió su propio cubil con miles de manadas; su propio olor y sus bolas de pelo vomitadas con cada vez más frecuencia, con el olor y el pelo de los demás. Su debilidad lo llevó a levantar semejante recinto con las más estúpidas razones para sentirse sano y salvo.
Ahora estamos todos aquí, intentando al unísono ayudar a quienes quedaron dentro.
Huele a carroña desde hace tiempo según los beagles, y nadie contesta a nuestros ladridos solidarios.
Los sabuesos han encontrado restos de pelo rubio saliendo por la grande y bellísima puerta que da a la cara sur, impulsados por el fétido aire que escapa desde el interior.
Moraleja: Nadie te quiere cazar por muy gato hermoso que seas, pero siempre hay gatos hijos de puta.
JLVL
Cientos de razas estuvimos horas olisqueando compasivos, curiosos, desesperados, hasta que empezamos a actuar.
Los Pastores Alemanes, intentaron afanosos escarbar, los Xoloitzcuincles con su gran habilidad probaron tercos a roer las partes blandas de los muros, los Afganos procuraban saltar del otro lado obstinados.
Una jauría de San Bernardo batían al unísono sus pesados cuerpos contra la pared para intentar echarla abajo, Chihuahuas con sus dientecillos tanteaban a desgastar las uniones de los paneles.
Un buen plan fue el de los Terrier que alcanzaron por medio de túneles húmedos la base sólida, pero no pudieron traspasarla.
Centenares de Pitbulls con sus potentes mandíbulas se engancharon al acero de la hermosa puerta tirando hasta la extenuación sin abrirla ni un ápice… miles de mestizos lo intentaron todo, coordinados y organizados, ninguno lo consiguió.
Así era de impenetrable.
Todos sabíamos que estaba allí por que era física. Un hecho.
Cada uno de los Gran Danés, nos confirmaron que era alta como se decía.
Los embarnecidos perros de presa la definieron tan poderosa como se presumía también. Y era evidente que era hermosa, como prometió aquél gato de piel rosada, pelo largo, fino y rubio.
Un gato arisco, por cierto, que lanzaba bufidos y arañaba sin provocación alguna. Cuando maulló sus promesas todos estábamos preocupados; su agresividad, era en realidad un miedo que nosotros somos capaces de oler aún sin mirar, intuíamos su precaria situación de histeria y paranoia.
Ese gato confundió su propio cubil con miles de manadas; su propio olor y sus bolas de pelo vomitadas con cada vez más frecuencia, con el olor y el pelo de los demás. Su debilidad lo llevó a levantar semejante recinto con las más estúpidas razones para sentirse sano y salvo.
Ahora estamos todos aquí, intentando al unísono ayudar a quienes quedaron dentro.
Huele a carroña desde hace tiempo según los beagles, y nadie contesta a nuestros ladridos solidarios.
Los sabuesos han encontrado restos de pelo rubio saliendo por la grande y bellísima puerta que da a la cara sur, impulsados por el fétido aire que escapa desde el interior.
Moraleja: Nadie te quiere cazar por muy gato hermoso que seas, pero siempre hay gatos hijos de puta.
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