Cosas que a la Nasa le cuesta millones de dólares descubrir.

Al niño, le gustaba vivir despacito, no le gustaba que después de aquel brutal golpe, se encontrara con el chichón, los ungüentos y el castigo tan rápido.
Le hubiera parecido mejor disfrutar de una larga caída, como suspendido, mirar largamente el borde donde daría el cráneo, observar poco a poco cómo se acercaba al fondo de tierra de la alcantarilla en obra a la que cayó por intentar empujar a alguien intensionadamente en la fila de la primaria antes de empezar la presentación del baile.
En el desconcierto de las monjas y por las prisas, decidieron castigarlo encerrándolo en el pequeño cuartillo donde se guardaban los trastes de limpieza, diminuto aunque bastante amplio para un niño de pocos años, con apenas un haz de luz que entraba por la rejilla del respiradero. Al niño le daba coraje no haber visto bien lo que había en el interior, intentó tocar para adivinar, pero todo era bastante aburrido, palos por arriba, seguramente trapeadores y escobas, y abajo todo muy frío y sin chiste, seguramente recogedores y cubetas con agua sucia además del suelo de tierra húmeda.
Las “misses”, discutían qué hacer con aquél energúmeno que a todas luces había causado su propia desgracia por intentar hacer mal a la compañerita; sin saber que aquél empujón tenía su razón de ser tiempo atrás, antes del baile regional de aquel día en el que aquella se burló de su reluciente traje de cowboy.
En esos segundos de palabrerías le dio tiempo a recordar toda la historia; el día en que se designaron parejas, la larga preparación de la torpe coreografía, el entusiasmo de su madre por hacer el mejor disfraz, las pruebas cortes y ajustes del mismo, el ensayo general, el muy bien pintado bigote con tinta para zapatos, la presentación y admiración de todos al presentarse con tan lustroso traje y tan color café, con estoperoles en la chaquetilla, barbillas laterales de las chaparreras, ese sombrerito tan bonito, del mismo tono pardo y la estrella tan dorada y tan plástica en el pecho que debería insuflar respeto en todos, incluyendo la niña que quedaría inmortalizada en una cinta de 8 mm. que su padre grabó por escasos segundos y donde se notaría gravemente el mencionado empujón.
El niño se dio cuenta que volvió a vivir todo, y que al final todos fuera continuaban en el mismo punto discutiendo preocupados.
Seguía en el cuartillo y hacía frío, pretendía que todo siguiera despacito como quería. Estornudó en la oscuridad y sus babas impulsadas abarcaron todo el pequeño espacio, cruzaron en diminutas gotas el rayito de luz que entraba y fue capaz de ver allí constelaciones en sus brillitos. Entendió el Big-Bang sin saberlo, pensó que si las cosas fueran tan tranquilas como el quería o más, a lo mejor acababa de crear un universo nuevo de su boca, solo que tan tan despacito, que los seres super chiquititos que vivían en sus babas tardarían millones de años en encontrar una teoría del “big sneeze” descubierto por otro niño castigado del futuro, que en un día frío estornudaría y pensaría que a trasluz, su estornudo habría creado un…
Pero la vida iba mucho más rápido de lo que él deseaba, así que antes de terminar su fantástico razonamiento lo sacaron de allí, le pusieron un castigo menos pesado, terminó la primaria, la secundaria, el bachillerato, la universidad, vivió más años, matrimonio, divorcio, trabajos, amigos, aventuras y emociones hasta que finalmente terminó la frase: …un universo con un estornudo.
Así que ya cerca de los cincuenta, se levantó de la cama a escribir a toda prisa una de las tonterías más grandes que tenía años rondando en su cabeza:
“Al niño, le gustaba vivir despacito,…”
La vida iba demasiado veloz para entender visión de una vida tranquilita.

JLVL

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