Zapatos

Tengo unos zapatos magníficos, de color café (o marrón, según donde lo cuente), los compré a precio de turista en Jalisco.
Tenía un importantísimo evento familiar y en esos casos hay que estar a la altura. No obstante viniera desde España, donde la industria de calzado suele ser de primer nivel, o incluso de viajar frecuentemente a Italia, donde podría también haberme hecho con un buen par de alta calidad, precio razonable y manufactura impecable, no los tenía.
Los compré, y durante los días que estuve por tierras mexicanas, dieron un resultado notable, elegantes, finos, relucientes y cumplían todas sus promesas: comodidad, transpiración natural, limpieza sencilla, flexibilidad, estimulación vertebral con fantásticas consecuencias lumbares.
Al regresar a Sevilla, los guardé cuidadosamente en su embalaje original que me obcequé en traer en viaje aéreo transcontinental, a pesar de que el peso de dicho envoltorio sacrificaba otro tipo de artículos interesantes e indispensables.
Pasó prácticamente un año hasta volver a sacar de su particular hibernación el magnífico par. Los miré con cariño, desempolvé lo poco que pudo acumularse en ellos, los giré entre las manos con mirada atenta, para volver a admirar lo que puede crearse en México con estandartes incluso europeos. O eso creí en pleno estudio.
¿Alguna vez has sentido la sensación de un chicle pegado a la suela en un día caluroso?; es la sensación de mi vida cotidiana estos últimos cuatro días. Los zapatos se han derretido. La temperatura en Sevilla a la sombra puede alcanzar los 47 grados –sólo en días calurosos, claro–, el asfalto es una sartén.
Mi altura ha disminuido en 4 milímetros por efectos del calor. Mi destreza al volante se ve afectada al intentar frenar, acelerar, o hacer un cambio de velocidad, pues mis pies deben hacer un esfuerzo por desprenderse de los pedales y cambiar entre uno y otro. He llegado estas noches a casa, me he descalzado y milimetrado el desgaste de la suela y el tacón con los resultados ya dichos. Retiro los goterones de goma más suaves y los nuevos excedentes laterales viscosos… veo el par con cierta lástima, siguen relucientes por el empeine, la lengüeta, el talón, el forro, los cordones, el picado, el cerco, las palas, la puntera…, ya no son tan confortables y los orificios de transpiración se están obstruyendo, su tecnología punta mexicana funciona seguramente muy bien en México, pero no están preparados para situaciones foráneas, no están preparados para los extremos climáticos europeos. Y me pregunto…¿yo mexicano, lo estaré?.
Creo que pasan los años y me estoy derritiendo también, mis laterales son notables, mi transpiración dificultosa, mi confort escaso, y de mi flexibilidad ni hablar…¿estaré también pegajoso?.


JLVL (un verano de estos)

Comentarios

Entradas populares