Un agujero:

La estampa es simplísima, una galga se obsesiona rascando sobre un segundo hueco en el jardín, a unos 80 centímetros del primero, tira de las hojas del seto que lo cubre desesperadamente. Tan huesuda como es, parece que buscar el último resto de comida en la tierra.
Deduzco que un ratón salió del primero, corrió urgentemente al segundo al ver la velocidad, que no la destreza de la perra; lo sé por cómo escarba torpemente y porque que la acogimos por problemas neuronales que le impedían siquiera caminar, pero bajo medicación se está recuperando, el ratón debe estar dentro del segundo hueco con el corazón a punto de reventar apretando su cuerpo contra el borde más interno de la cuevecita. Los bigotes le deben temblar muchísimo y su caja torácica expandirse y retraerse con intensidad frenética, los ojos saltones y las patitas delanteras refregándose el hocico una y otra vez alteradísima y a punto de desmayar si eso sucediera en esa clase de roedores, cosa que ignoro.
La flaca, que así llamamos, se está agotando, me mira decidiendo si huir de mí o ignorarme, decide una vía intermedia que es dar dos pasos atrás mientras aumenta el radio de su acción rascadora, lo hace sin pensarlo mucho porque es un gesto que no lleva a ninguna parte, salvo a estropear el jardín, que si bien no arreglo yo personalmente últimamente por motivos de trabajo, me cuesta dinero en la cantidad que corresponde al chico que viene a ponerlo a punto cada cierto tiempo.
Dejo de pensar en el ratón y miro el estropicio del césped, con muy poca razón me quejo de algo que no debo solucionar con mis propias manos. Me viene en mente el famoso paisajista japonés Tatsugoro Matsumoto que llenó de jacarandas la Ciudad de México por voluntad de Porfirio Díaz, que ahora parecen endémicas, pero que en realidad importó desde Perú. Su misión era hacer de la Ciudad un tesoro paisajístico al modo los jardines japoneses, Decía don Porfirio que en la ciudad nomás había nopales, así que don Matsumoto probó con Cerezos que dan un aire impresionante cuando florecen efímeros y superlativamente bellos,  no resultó porque el clima era tremendamente distinto, así que por probó jacarandas durante algún tiempo y le salió bien..., en realidad fueron sembradas por miles de anónimos, pero el crédito sería suyo por la planificación.
Te diría que esta historia me la contó mi abuela después de muchos años una noche mientras bebíamos tequila juntos e iluminados por el fuego chispeante de la chimenea cuando hablábamos del México antiguo, quedaría muy bien pero en realidad me enteré por internet detrás de un vínculo de Twitter.
Cierro los ojos, sacudo la cabeza y la perra ya se ha ido, el ratón sale disparado y sube al Pirul, que aquí se llama pimienta falsa. Desaparece.
Don Tatsugoro no es tan famoso, por allí anda su nieto vendiendo la noticia al mejor postor, a mí no me interesa tanto el jardín, necesito recuperar el tiempo perdido viendo un agujero, y meterme de nuevo al trabajo. Tú habrías podido llamar a un familiar o a un amigo en vez de estar leyendo esto.
¡Un agujero! pfff, no sabría describirlo. Un agujero es un hoyo.
JLVL

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