Dejar de fumar engorda


El camarero es de esos que se hacen del rogar, te mira como diciendo "un momento que estoy terminando este cigarrito importantísimo y lo estoy haciendo en la puerta porque nos han prohibido fumar dentro". Le hago la señal secreta correspondiente, junto con la sonrisa ridícula que ponemos en general para indicar que vas a pedir el café solo de todas las mañanas. Finalmente viene, pregunta si lo de siempre y se pone a ello de mala gana.
–Fumas ¿no?– me dice el tipo sentado a mi lado.
–Eh, sí, je– contesto incómodo.
–Deberías dejarlo, me he dado cuenta porque tienes manchados el dedo índice y el medio de la mano izquierda. Eres diestro y fumas mientras trabajas con la computadora, no sabes teclear con ambas manos y aprovechas la derecha para el trabajo y la otra para el vicio, es muy feo, está muy mal el tabaco. Conozco bien al ser humano, trabajas o en casa o en una oficina sin atención al público. Está prohibido, ¿lo sabes no?...
–Sí, debería dejarlo, gracias– interrumpo para que no prolongue su intromisión desinteresada y atender a la taza recién servida.
Pongo media cucharadita de azúcar y la agito mucho para conseguir la temperatura que soporto. El otro sigue mirándome cada vez más interesado en mi desinterés.
–Hay muchos métodos, y todos funcionan –Vuelve a abrir la boca esta vez entusiasmado–, una cosa importante es estar convencido de que quieres dejarlo, conocer tus limitaciones, porque puedes recurrir a medios químicos, sentimentales, psicológicos, físicos, hay muchas soluciones para el abandono de esta mierda, y todos funcionan, pero necesitas estar convencido.
–Ya, eso dicen.
–Los parches sustituyen la dosis de nicotina que el cerebro te exige una vez los más de 3000 químicos incluidos en cada cigarrillo te hacen efecto, va bastante bien, pero claro, sigues enganchado a la nicotina y lo demás. Los chicles tienen una función similar, pero además te compensan el uso mecánico de la boca, así satisfaces la ausencia de nicotina y la ansiedad generada por gestos habituales... no está mal si tienes ansiedad... ¿tienes?. 
Nomás de escucharlo ya me hasrto harto hasta de la cafeína de la que apenas he podido probar un sorbo.
–Pareces nervioso, enojado, quizá esto te va mejor, o los cigarrillos electrónicos, o el vapeo que es menos dañino, dicen.
–Vale, gracias.
–Ahora, si lo que...
–¡Perdona!– digo al camarero, –¿Me das un vasito de agua?– Y aquél me mira mientras seca un vaso interpretando un: "termino de secar este vaso bien, bien, bien, y luego".
–...O sea, si lo tuyo es más psicológico, prueba cosas simples, ponte un lápiz en la boca, déjate recaditos por todas partes recordándote que te está matando.
–Mata hasta el agua –le digo–, ¿Ha visto usted el Gran Cañón del Colorado?, eso lo ha hecho el agua.
–Ya.
Por fin consigo seguir bebiendo y creo que no continuará.
–Una vez leí la historia de uno que contrataba una especie de club secreto que luego le iba cortando falanges cada vez que caía en la tentación y...
–Eso es otra historia y tenía que ver con la comida, no lo crea usted, es ficción, salió en "The Twilight Zone" en la televisión.
–Sin embargo hay gente que por ejemplo anota en un cuadernito cada cigarrillo, la hora y la razón por la cual creía que le hacía falta, al final tardan tanto en recopilar la información que terminan hartos de fumar y de escribir. Alguno se ha hecho Menonita.
–De momento, me conformo con fumar menos mediante el método de estar callado­–. Trato de ser sarcástico pero no funciona ni en mi mente.
–Todos los métodos funcionan, te lo garantizo. Hay quien se pone fotocopias en casa de una viñeta de Mafalda en la que se observa al padre fumar y luego ella le dice que le parecía que era el cigarro quien lo fumaba a él... es muy divertida y una gran verdad. Para los fanáticos de izquierda ha resultado una especie de mantra que...
–Bueno, y ahora a trabajar ¿eh?, buen provecho. Hasta luego.
–No lo olvides amigo, déjalo por tu bien, buen provecho, y cuando salgas tira el paquete que hasta se te marca en el bolsillo del abrigo...
Me pongo muy nervioso, dejo un billete en la barra sin pensar demasiado, y hago al camarero la señal internacional de "la cuenta", él hace como si no me hubiera visto, pero tuerce el gesto y se acerca mirando al suelo simulando pasar por allí casualmente.
Empiezo a largarme y justo antes de salir, un chistar del antivicio me hace voltear hacia a la barra.
–¡Oye, tu cambio!–, grita contentísimo el psicólogo de la humanidad. Pienso que efectivamente el billete era muy alto para un café y vuelvo a embolsarme el resto.
Me sigue diciendo que todos funcionan, que ha probado todos y los resultados son 100% fiables y que me desea suerte y otras cosas que me hacen mirarlo sin escuchar y pensar que su cabeza es muy chica para su cuerpo.
–...y he descubierto que lo primerísimo que hay que hacer indefectiblemente... es dejar de comprar.
Hago las cuentas del cambio por mi café y me doy cuenta que me falta dinero. –¡Perdona!– le grito al camarero que está otra vez en la puerta sorbiendo humo. –¡Me faltan 2...!–. No tengo poesía suficiente para explicar el martirio al que lo someto por cuarta vez, según deduzco por su gesto.
Tengo que esperar tres inexplicables minutos.
­–¿Tendrás por allí un cigarrito para dejarme?– inquirió el que ha dejado de comprar.

JLVL

Comentarios

Entradas populares