No, no milito, gracias
En México sucede un fenómeno bastante particular; cuando un
menesteroso pide limosna la gente contesta con cortesía “no, gracias”, y es un
oxímoron. Yo no puedo evitar mi condición de mexicano en ningún caso, aún
viviendo en Sevilla desde hace más de de 20 años, no termino de encajar.
En un semáforo que dura muchísimo en rojo, quizá la esquina
más conflictiva de la ciudad y que tan poco es pa’tanto, contesté una llamada telefónica
por bluethoot dado que aquí está prohibidísimo usar el celular mientras conduces,
salvo con este método y yo soy muy respetuoso de la Ley, en todo caso tenía
unos minutos de inmovilidad para atender humanamente a mis iguales, incluso a
peatones que se interesasen en interpelarme.
–Buenas tardes soy Eris de tu compañía de teléfono–. Yo
quería decirle que no quería hablar y que no me interesaba nada, pero intento
ser siempre cordial con quien me llama.
–¿Es el titular de la línea?, ¿Quiere ahorrar en su tarifa
telefónica?
Toc, toc, toc, –sonó en la ventanilla un chico negro muy
bello que me ofrecía amablemente kleenex–, No muchas gracias –le dije.
–¿No le interesa ahorrar?, es la primera vez que alguien me
dice que no quiere ahorrar– sonó en el altavoz que había dejado de reproducir
una bella canción de los 21 pilots que me tiene entusiasmado por su letra y que
yo suspendí por ser estúpidamente amable.
–No es que no me interese, es que no quiero cambiar mis
condiciones actuales– dije pensando en lo profundo de mi frase si lo reflexionaba a fondo. Y bajé la ventanilla
para que la chica escuchara ruido de fondo y me dejara en paz entendiendo que
estaba en medio de la calle, mientras el chico de color se alejaba con su
oferta a otro conductor.
–Estamos juntando firmas contra la contrareforma que impide
el derecho de libre interjección contraria a la actual ley inversa del derecho
de libre pernoctación sexual, ¿Estaría de acuerdo?...– Dije que no gracias, con
una sonrisa y una negación con la cabeza. El chico de rastas se fue al coche de
al lado pidiéndole que bajara la ventanilla subiendo y bajando la mano.
–Por ser un cliente de tantos años, le proponemos bajar su
tarifa a la mitad durante un año si compra nuestro nuevo terminal con doble
cámara, sistema de… (varios términos técnicos al cual más cool), por un gasto mínimo
en su factura de tanto más cuanto–, terminó con apenas aliento Eris.
–Si compro una cosa innecesaria no ahorro, gasto, es como
comprarte un cachorro porque tu perro viejo está por morir, son 2 perros aunque
uno muera luego– argumenté.
–¿Sabe cuántos animales hemos sacrificado en aras de la
ciencia?, por lo que le he escuchado se avergüenza como nosotros de la falta de
moral del sistema farmacéutico mundial ¿verdad? me vociferó un ecologista desde
fuera de la portezuela del coche –En este caso cambio lo que me dijo porque era
más burdo, pero su causa me pareció justa y le doy un poco más de enjundia, debido
a que el discurso era patético y no así el fondo –¿Quiere adquirir nuestro
calendario solidario?– inquirió.
Sí me interesa, pero no puedo hacer nada –dije en voz alta.
–¡Claro que puede!– contestó la telefonista, basta dar su
consentimiento y en unos instantes partirá su pedido hasta la dirección que
consta en nuestra base de datos.
–¡Lo que no me interesa por ahora es el asunto de los
animales, animal!
–Por gente como usted, estamos acabando con un sistema
sostenible de biodiversidad– Otra vez me invento las palabras del ecologista,
porque las suyas eran más bastotas, pero querían decir esto.
–Oiga, yo en ningún momento le he faltado al respeto– La telefonista
se encabronó, justamente para ella, injustificadamente según yo.
Apareció en mi ventanilla otro con libritos acerca de una
confesión religiosa que pretendía ser mi tabla de salvación, y yo le creí
porque podría colgar el teléfono, despachar al resto y encontrar el paraíso;
pero la conversación entre cuatro se hizo cada vez más caótica, ni ejemplo
pongo, ya te lo puedes imaginar, dios, conejos con prótesis, tarifa plana, cáncer
inducido y no sé si una mascota adoptada con 64 gigas de memoria o la salvación
por una cómoda mensualidad y compromiso de permanencia con el ángel salvador
que tiene kleenex a 1€ el paquete.
Estaba muy presionado, quise decir que sí que me interesaba
todo, que era justo y que me dieran más información, pero era un riesgo complicar
el tráfico en cuanto se pusiera el semáforo en verde, así que les dije a todos
que se fueran a tomar por culo. Quedé como un gañán y las orejas coloradas.
Cuando arranqué todos me miraban con desprecio y comentaban
seguramente entre ellos catalogarme como ejemplo de un pusilánime ante las
cosas importantes.
Durante las siguientes paradas antes de llegar a destino
reflexioné sobre mi comportamiento en cada semáforo en rojo, arrepintiéndome de
todo en lo que no me implico, mi inactividad ante todo a lo que resto
importancia, ante las causas justas.
Pero tengo valores, sí, lo que no he hecho es ponerlos en
orden, no sé si luchar por los derechos de “X” va antes que los de” Y”, no sé
si plantearme “N” implica que ignore “Z”, al final parece que no me interese,
pero me agobia porque creo dar la sensación de que solo me importo yo a mí
mismo y no es verdad. “Yo” está enterrado debajo de una cantidad de luchas justas
que me quitan el aliento, y “Yo” sin oxígeno no ayudo en nada.
Aparqué finalmente en mi destino muy deprimido, recogí los
documento que debía consignar del asiento trasero, y medio encorvado me arrastré hasta la oficina
de Hacienda para declarar unos impuestos altísimos pero justos para la “res
publica”, y fue entonces cuando se me acercó un tierraplanista con un folleto y
una sonrisa.
En el atestado policial figura “agresión por perturbación
mental”. Creía que se referían a él, hasta que mi abogado de oficio me ha
informado de la estrategia de defensa.
JLVL
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