Eso ya lo hacía tu Mamá


Sentarme ese día de la semana en la misma mesa de la terraza del bar minutos antes de que la gente salga de las oficinas y colme el resto de mesas, es ahora casi un compromiso ritual.
Pido una cervecita (es necesario el diminutivo, si lo evitas entrarán en tu vaso 20 cl. desde el barril, en vez de los 25 cl. para los parroquianos), acomodo la silla para que el sol me caliente la espalda y empiezo a escuchar lo que sucede en las mesas de alrededor.
El edificio debe ser de los 60, pretendió ser moderno y alto en una ciudad bastante tradicional y sin rascacielos, las oficinas internas son amplias y ahora se encuentran el lo que llaman "el segundo centro" después de la expansión inmobiliaria. El alquiler es a precio de lujo pero sin duda la estructura vetusta no merecería tal precio.
Entre las 13 plantas hay oficinas operativas de nuevos emprendedores, de gestorías, oficinas comerciales de seguros, despachos rancios de abogados y la redacción de un periódico deportivo, todas "con vistas a la ciudad", que ya nomás enseñan los edificios aledaños también un poco ajados y sin gracia, y hacia la cara norte en los bajos, la terraza del bar por supuesto.
Parte del rito es entrometerme en la vida de gente que comparte espacio alrededor de mí, alguna que me caería muy mal si me la presentaran, y otra a la que escucho con gusto; por ejemplo a los entusiastas agitadores sociales que se reúnen de vez en cuando, políticos de poca monta, ancianas súper energéticas que beben café y cerveza a mansalva, o un curioso grupo de aprendices de ayudantes de vuelo a los que obligan a asistir a la formación vestidos de azafatos llenos de gel en el pelo corto o en las coletas, como advirtiéndoles que aquél trabajo será una condena y que tienen que empezar a sufrir... llevan hasta su maletita vacía, pero la llevan siempre.
El grupo de la última semana hizo que el mesero juntara dos mesas para estar cómodos y en comuna. Vestían de traje azul marino los unos, gris marengo los otros, todos hombres con corbatas a juego pero de bastante simplicidad, salvo el que lideraba la conversación, que acariciaba una y otra vez un florido estampado que no tenía ninguna ligazón cromática y que era más ancha de lo que debería permitir la Constitución. Entre más hablaba entusiasmado, más estiraba entre el dedo medio y el índice el cacho de tela inútil, hasta hacer casi un ángulo recto respecto al pecho, acompasando su discurso.
Mientras  acomodaban  las sillas arrastrando las patas con muy mala educación, decidí llamar "Monsieur Prétentieux" al protagonista que hacía la semblanza de sus 2 años de formación en el "Institut d'arts culinaires et de management hôtelier 'Le Cordon Bleu'" en París. A mí me sonó fantástico y di el tercer trago a mi vaso para estar más atento.
Los otros, hicieron preguntas muy obvias; ¿Dos años?... ¿En París?... Artes culinarias?... ¿Gerencia de...?, etc. Prétentieux respondió exhaustivamente a cada una de ellas, aunque podría haber contestado simplemente: –A todas; sí.
La conclusión que saqué de los minutos en los que estuve atento, es que estaban planificando un nuevo negocio hostelero de altos vuelos, con las deslumbrantes directrices del novel restaurador de tan prestigiosa educación, que presentado así suena en realidad a alta cocina, a régimen estricto y concienzudo, a cultura gastronómica cosmopolita y exquisito gusto.
Monsieur Prétentieux, aliñó su discurso con perlas de sabiduría culinaria, de costumbres, usanzas y pretensiones fantásticas:
–La materia prima debemos buscarlas en su origen, lo más puras, lo más frescas. Cambiando la rutina, partiríamos temprano a las fuentes, al pescadero, al frutero y al productor de verduras en los que encontraremos lo precios más rentables, intercambiaremos solo papel que es el dinero, por productos frescos de alta calidad y de primera mano...– Inició, o sea ir al mercado tempranito.
–La carne y el pescado será elegido presencialmente por el Chef, dejándonos llevar por el contacto, nuestros cocineros irían a oler, a observar los cortes, a seleccionar los más turgentes frutos...– lo que significa; mira bien lo que compras, lo pocho es pa' tirarlo.
–La planificación será la joya de nuestro proyecto, sacaremos el máximo provecho de cada elemento; de hacer un caldo de gallina, aprovecharemos de los restos para enriquecer los guisos de la verdura, de las vísceras sacaremos patés, de los restantes deliciosas croquetas...–. Lo que quiere decir "compra para la quincena que luego no llegamos a fin de mes".
–Donde preparamos para doce comerán veinticuatro!, un éxito de la optimización de recursos...–. Le echamos más agua a los frijoles.
–Los insumos los adquiriremos por adelantado pudiendo administrar mercados de futuro, y los conservaremos el tiempo suficiente en cámaras frigoríficas con la temperatura justa para que no pierdan sus vitaminas y minerales, ¡salvo el jugo de naranja que ha de tomarse de inmediato!...–, Déjate de chingar, esto aguanta hasta la próxima semana y trágate el jugo ya.
... Y más cosas que al final de la segunda cerveza no me interesaban.
Los otros lo miraban atónitos y alguno tomaba notas en su Ipad. Yo me levanté de mi mesa porque a la hora justa debo recoger a cierta persona, por eso estoy cada semana a ese sitio en realidad.
Me imaginé que en mi ausencia un final apoteósico sucedería, y que en su discurso diría –Y luego, si levantas una chancla y gritas; ¡Uno.... dos... ! ¡Todos los empleados irán corriendo a cumplir sus deberes , como en una organización superestructurada y eficiente sin rechistar!
¿No lo entendiste?. Ya te lo dije en el título, ¿A que voy y lo encuentro?
JLVL

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