Mi fortuna capilar

Mis amigos calvos dicen que tengo mucha suerte porque tengo mucho pelo y me crece muy rápido, incluso mi peluquero actual insiste con la frase “¡qué pelazo!”, aunque él con cara de amargado porque cobra lo mismo y se tarda más en repasarme.
Lo de la cantidad no es una suerte, cuando en la peluquería veo esa pelambrera inútil, inerte y enorme en el suelo, recuerdo una foto de 1923 en la que se ven niños jugando con fajos de billetes de la República de Weimar que para reparar daños de la primera guerra mundial emitió muchísimos billetes que no correspondían al valor de la producción real del país. Mucho, montañas de billetes que no valían nada (con la superinflación alemana, una cerveza llegó a costar 4000 millones de marcos).
El problema en mi caso es la orografía irregular de mi cabeza y la rebelión capilar que en ella se gesta. En la nuca me crece un pelo fino y lacio, en la coronilla enmarañado y grueso, en los flancos rizos blandos y anchos que a la derecha tienden a girar al frente y en el lado opuesto hacia atrás, pareciera que tengo la rosca de un tornillo en torno. Mis rizos resultarían bonitos solo si fuera un rubio suizo de 4 años.
La parte superior es más entusiasta en el crecimiento que el resto, de tal modo que genero la forma de un casco de motociclista cada tres meses.
La primera explicación de porqué es así mi cabello me la dio mi padre pretendiendo hacer una broma: –Cuando eras muy chico tenías el cabello muy lacio, pero un día te caíste de cabeza del columpio y se te quebró–. Lo creí por muchos años.
Tengo el convencimiento de que a todas las cabelleras les llega un momento en la moda en que lucen; superlacios, afros, punks, calvicies, cardados, largos, esponjosos, rizados, pajizos, cortos  y puercoespinados, etc., a mí me toca estar a la moda nomás un cachito de cabeza por temporada.
Al primer peluquero que recuerdo, lo llamábamos “el ojo biónico” (era el tiempo de “el hombre nuclear”), tenía uno de cristal, grande, brillante y fijo. Era muy atento y me ponía un cajoncito en la silla hidráulica que me encantaba al auparme. Él miraba agachado mi coronilla con el ojo tieso y con el otro a mí a través del espejo, y preguntaba al aire: ¿Cómo lo quieres?… yo siempre me aterrorizaba y mi padre contestaba “casquete corto”. Por el mismo espejo se veían en las paredes ilustraciones de chicos con cortes distintos, pero siempre supuse que casquete era la forma correcta de pelar a los niños. La primera vez que tuve que ir solo a otra peluquería me preguntaron también cómo lo quería, pero no me pusieron cajoncito y me lo cuestionaron de frente y con los dos ojos, aún así me aterroricé y dije “casquete corto” porque ignoraba la terminología para chavos.
En las siguientes ocasiones dije “casquete regular”, e intenté peinarme de lado, de raya en medio y del otro lado sin el resultado esperado, finalmente lo hice pa’trás y con descuido. Luego me lo dejé muy largo, luego muy corto y tengo aún ganas de raparme algún día, que es lo que me falta. Nunca me gustó mi cabello y nunca supe cómo peinarlo, como es patente.
En mi última visita al peluquero le dije descaradamente “haz lo que quieras”, por desesperación.
Total, tengo el cabello así en realidad porque soy mestizo, tengo pelo de blancos, de negros, de indígenas, de judíos y árabes entre otros, no tengo mucha suerte por la cantidad sino fortuna por la variedad, aunque nunca nadie pondrá de moda tan cosmopolita pelambrera.

JLVL

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