Un gargajo en la corbata Gucci
Apenas se escuchaba el rumor desde el piso 27 del edificio acristalado en la Avenida de la Reforma, pero se asomó curioso y distinguió en la marcha de protesta a un grupito que se esforzaba en su batucada y sus consignas rimadas.
¡Te maldigo méndigo músico rojo! –pensó muy fuerte enfocando su ira en uno de aquellos que se parecía a un conocido, pero que no podía ser porque tendría que ser 30 años más viejo–, ¡Hijo de... comunistas, seguidor de anarquistas, revolucionario de pacotilla, propagador de contradicciones!
Yo te seguí, creí en ti y en tus mensajes que me llenaban –reflexionó–, pero realmente ¿hasta dónde llegaba tu idea de compartir y la negación de la propiedad privada?
Tucu túm, tucu túm, –sonaba en la calle.
Te admiré, me parecías incluso un ser interesante y seductor, ¡qué ojazos tenías!. Tu música era deliciosa, y sobrecargada de instrumentación por cierto.
Tucu, trúm trúm, tucu trúm trúm
Tiqui tiqui, trúm trúm.
A ella, la llevé al concierto con doble intención es verdad, porque había conseguido entradas gratuitas con el compañero Niccolò que era el ingeniero de sonido, y yo pretendía enseñarle a ella ese mundo de música y contracultura, de libertad y esperanza en el bien común… pfff, ¡el bien común! y luego en casa tenía previsto velas, un buen plato de “pasta partigiana” y vino barato para empezar.
Túm, túm, túm
Triqui triqui Túm trúm
Bailamos, disfrutamos y coreamos consignas claro. Al finalizar el concierto Niccolò nos presentó, y estoy seguro que no me reconocerías la cara ni un minuto después ni ahora ¡desgraciado antiglobalizador!
Con tus eslóganes a grito pelado nos engatusaste durante la función, y después de intercambiar nuestros nombres por convicción proletaria, me puse a ayudar al compañero trabajador técnico recogiendo cables con él mientras tú dabas santo y seña del movimiento a mi camarada y acompañante.
Tucu, trúm trúm, tucu trúm trúm –seguían sonando las percusiones, y la distancia hacía que los movimientos coreográficos de vueltecitas resultaran sincopados con el sonido.
Y no te lo dije en la cara porque desde entonces jamás te volví a ver a ti ni a ella y han pasado años; pero te pasaste un montón con tu concepto de colaboración. A ella tampoco le recriminé nada, ya ni me acuerdo de su nombre, ni de sus ideas conservadoras a transformar, ni de su cara perfectamente simétrica, ni sus ropas ajustadas, ni sus labios delineados, ni de los nombres de los hijos que tenía pensados.
Te digo una cosa más, cuando abandonaste el grupo del que eras líder y emprendiste tu carrera en solitario, compré carísimo tu disco como solista y era espantoso ¡JA!. Y para más inri, compré además una copia digital para borrarla enseguida de mi Iphone, mi Ipod y el resto de dispositivos prohibitivos.
La pasta estaba muy buena, Niccolò lo corroboró medio borracho.
Así aprenderás –sentenció en voz alta–; entreabrió la ventana del despacho ejecutivo del piso 27 y escupió a sotavento, como se intuye en el título de este relato.
Unos 81 metros más abajo en medio del jolgorio reivindicativo, el hijo de un cantante rock retirado miraba con rabia los rascacielos del sector financiero, un destello lo cegó porque habían abierto una ventana de espejos en lo alto; por eso y por la revolución escupió al cielo en vertical. En su caso, el resultado tenía cierta gracia, porque en su corbata de papel (Una burla al capitalismo salvaje), resultaba una "o" que completaba el slogan
"Anticapitalism•!!! Poster collection available on www.payperviewpostersforall.com
Tucu trúúúm... eeeehhhhh!, gritaron todos
JLVL
¡Te maldigo méndigo músico rojo! –pensó muy fuerte enfocando su ira en uno de aquellos que se parecía a un conocido, pero que no podía ser porque tendría que ser 30 años más viejo–, ¡Hijo de... comunistas, seguidor de anarquistas, revolucionario de pacotilla, propagador de contradicciones!
Yo te seguí, creí en ti y en tus mensajes que me llenaban –reflexionó–, pero realmente ¿hasta dónde llegaba tu idea de compartir y la negación de la propiedad privada?
Tucu túm, tucu túm, –sonaba en la calle.
Te admiré, me parecías incluso un ser interesante y seductor, ¡qué ojazos tenías!. Tu música era deliciosa, y sobrecargada de instrumentación por cierto.
Tucu, trúm trúm, tucu trúm trúm
Tiqui tiqui, trúm trúm.
A ella, la llevé al concierto con doble intención es verdad, porque había conseguido entradas gratuitas con el compañero Niccolò que era el ingeniero de sonido, y yo pretendía enseñarle a ella ese mundo de música y contracultura, de libertad y esperanza en el bien común… pfff, ¡el bien común! y luego en casa tenía previsto velas, un buen plato de “pasta partigiana” y vino barato para empezar.
Túm, túm, túm
Triqui triqui Túm trúm
Bailamos, disfrutamos y coreamos consignas claro. Al finalizar el concierto Niccolò nos presentó, y estoy seguro que no me reconocerías la cara ni un minuto después ni ahora ¡desgraciado antiglobalizador!
Con tus eslóganes a grito pelado nos engatusaste durante la función, y después de intercambiar nuestros nombres por convicción proletaria, me puse a ayudar al compañero trabajador técnico recogiendo cables con él mientras tú dabas santo y seña del movimiento a mi camarada y acompañante.
Tucu, trúm trúm, tucu trúm trúm –seguían sonando las percusiones, y la distancia hacía que los movimientos coreográficos de vueltecitas resultaran sincopados con el sonido.
Y no te lo dije en la cara porque desde entonces jamás te volví a ver a ti ni a ella y han pasado años; pero te pasaste un montón con tu concepto de colaboración. A ella tampoco le recriminé nada, ya ni me acuerdo de su nombre, ni de sus ideas conservadoras a transformar, ni de su cara perfectamente simétrica, ni sus ropas ajustadas, ni sus labios delineados, ni de los nombres de los hijos que tenía pensados.
Te digo una cosa más, cuando abandonaste el grupo del que eras líder y emprendiste tu carrera en solitario, compré carísimo tu disco como solista y era espantoso ¡JA!. Y para más inri, compré además una copia digital para borrarla enseguida de mi Iphone, mi Ipod y el resto de dispositivos prohibitivos.
La pasta estaba muy buena, Niccolò lo corroboró medio borracho.
Así aprenderás –sentenció en voz alta–; entreabrió la ventana del despacho ejecutivo del piso 27 y escupió a sotavento, como se intuye en el título de este relato.
Unos 81 metros más abajo en medio del jolgorio reivindicativo, el hijo de un cantante rock retirado miraba con rabia los rascacielos del sector financiero, un destello lo cegó porque habían abierto una ventana de espejos en lo alto; por eso y por la revolución escupió al cielo en vertical. En su caso, el resultado tenía cierta gracia, porque en su corbata de papel (Una burla al capitalismo salvaje), resultaba una "o" que completaba el slogan
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Tucu trúúúm... eeeehhhhh!, gritaron todos
JLVL
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