Ingenierotes
Como siempre, mi presencia en medio de tan altísimos ejecutivos era absolutamente casual, ya me ha pasado otras veces; en el club más exclusivo de Madrid, por ejemplo, entré sonriente al mismo tiempo y justo detrás del propietario de una gran multinacional, de tal forma que nadie se fijó en mí, y ya dentro me percaté que era el único sin corbata porque incomodaba a los camareros que estaban confusos ante tal desaguisado, no sabían si darme una copa o pedirme que recogiera los vasos.
En esta ocasión unos ingenieros compatriotas organizaron una cena mexicana con colegas erxtranjeros, para conmemorar las fiestas nacionales en una capital europea que quita el aliento. La comida era magnífica y los espacios ideales; un gran ventanal, una mesa que no se llena por mucho que invites gente, sofás donde pueden dormir dos o tres y una bella terraza con calefacción artificial y césped de nylon.
Festejamos mucho la comida de la anfitriona, resaltamos su capacidad para fusionar el pozole con la dieta mediterránea y nos quedamos sorprendidos por la cantidad de caldo que chupa la carne de pato hasta dejar el fondo de la olla casi seco y los granos de maíz arenosos.
Comenzamos por beber margaritas, cerveza, luego vino todavía con el paladar intacto. De éste ultimo se dijo de todo con mucho detalle y conocimiento. De la segunda a la quinta botella de vino los argumentos fueron bajando de exigencia y bebimos hasta su fin la última, disertando si estaba avinagrada o con sabor a corcho sin una conclusión clara. Luego estuvimos viendo la botella vacía un par de minutos muy concentrados y terminamos por cambiar de tema.
Sinceramente yo no tenía opinión formada sobre los temas que allí se trataban, algunas cosas ni siquiera me imaginaba que existían, por ejemplo los servicios de movilidad internacionales, gentes que buscan casas en todo el mundo para los altos ejecutivos y sus familias que piden cosas tan necesarias como otras insólitas. Luego los temas empresariales y sus grandes frustraciones, los dominios de los mercados, la distribución internacional de sus productos y los cálculos geopolíticos de sus plantas de producción.
Si alguien lanzaba una pregunta al aire sobre algún tema importante, cada uno daba sus razones y yo o sonreía o iba al baño.
Pude preguntar a algunos de los asistentes en tres lenguas acerca de su recorrido profesional (con mucho esfuerzo por no hacer el ridículo). Son unos ingenieros impresionantes, formados en los más prestigiosos centros de estudio, con carreras industriales de relumbrón y algunos con un acento profundamente pocho en su inglés.
El tequila que vino a continuación hizo que yo subiera mi osadía y ellos bajaran la guardia. Me atreví a contar cualquier anécdota banal de las que está llena mi vida y recibí su aprobación y atención, hice algún comentario jocoso acerca de sus inversiones y sonrieron cómplices, como si me hubieran entendido algo. Ellos por su parte, aterrizaron en temas personales, familiares y de cuánto extrañaban México. –¡Viva Mecsíc Cabgrounesss!–, fue lo último que dijo el representante francés antes de irse cuando otra ingeniera italiana (su pareja) le arrebataba una copa sobrecargada de tequila.
No hace falta decir que tienen recursos económicos abundantes, pero al final me entró la duda de cómo los habrían ganado y conservado. Uno habló de sociedades offshore, otro de declaraciones a hacienda medianamente claras y de diversos términos en los cuales me perdí. Pero la duda definitiva me vino cuando el anfitrión explicó el esplendor de su economía mientras el resto bebíamos la botella del tequila de superlujo, reserva familiar que abría en aquellos momentos:
–Yo tengo… el 70% en México, sobreinvertido… hip, el 40 por ciento en las Seychelles, seguros y a buen resguardo… hip…– dijo.
–Eso es 10%, por encima del lógico racional– remató otro ingeniero.
–¡No lo has entendido…, y ahora lo vas a entender!… –continuó el primero–, otro 120% en entidades europeas…
Observé a todos estupefacto y me devolvieron una mirada inquisitorial.
¡A mí no me pregunten, soy de humanidades!. –comenté.
La reunión terminó con el anfitrión cabizbajo mirando fijamente la botella de tequila de lujo casi vacía diciendo: “Se ve que les ha gustado el tequilita, ¿verdad?”. Hasta en esos momentos luchaba por su economía, es un gran administrador.
JLVL
En esta ocasión unos ingenieros compatriotas organizaron una cena mexicana con colegas erxtranjeros, para conmemorar las fiestas nacionales en una capital europea que quita el aliento. La comida era magnífica y los espacios ideales; un gran ventanal, una mesa que no se llena por mucho que invites gente, sofás donde pueden dormir dos o tres y una bella terraza con calefacción artificial y césped de nylon.
Festejamos mucho la comida de la anfitriona, resaltamos su capacidad para fusionar el pozole con la dieta mediterránea y nos quedamos sorprendidos por la cantidad de caldo que chupa la carne de pato hasta dejar el fondo de la olla casi seco y los granos de maíz arenosos.
Comenzamos por beber margaritas, cerveza, luego vino todavía con el paladar intacto. De éste ultimo se dijo de todo con mucho detalle y conocimiento. De la segunda a la quinta botella de vino los argumentos fueron bajando de exigencia y bebimos hasta su fin la última, disertando si estaba avinagrada o con sabor a corcho sin una conclusión clara. Luego estuvimos viendo la botella vacía un par de minutos muy concentrados y terminamos por cambiar de tema.
Sinceramente yo no tenía opinión formada sobre los temas que allí se trataban, algunas cosas ni siquiera me imaginaba que existían, por ejemplo los servicios de movilidad internacionales, gentes que buscan casas en todo el mundo para los altos ejecutivos y sus familias que piden cosas tan necesarias como otras insólitas. Luego los temas empresariales y sus grandes frustraciones, los dominios de los mercados, la distribución internacional de sus productos y los cálculos geopolíticos de sus plantas de producción.
Si alguien lanzaba una pregunta al aire sobre algún tema importante, cada uno daba sus razones y yo o sonreía o iba al baño.
Pude preguntar a algunos de los asistentes en tres lenguas acerca de su recorrido profesional (con mucho esfuerzo por no hacer el ridículo). Son unos ingenieros impresionantes, formados en los más prestigiosos centros de estudio, con carreras industriales de relumbrón y algunos con un acento profundamente pocho en su inglés.
El tequila que vino a continuación hizo que yo subiera mi osadía y ellos bajaran la guardia. Me atreví a contar cualquier anécdota banal de las que está llena mi vida y recibí su aprobación y atención, hice algún comentario jocoso acerca de sus inversiones y sonrieron cómplices, como si me hubieran entendido algo. Ellos por su parte, aterrizaron en temas personales, familiares y de cuánto extrañaban México. –¡Viva Mecsíc Cabgrounesss!–, fue lo último que dijo el representante francés antes de irse cuando otra ingeniera italiana (su pareja) le arrebataba una copa sobrecargada de tequila.
No hace falta decir que tienen recursos económicos abundantes, pero al final me entró la duda de cómo los habrían ganado y conservado. Uno habló de sociedades offshore, otro de declaraciones a hacienda medianamente claras y de diversos términos en los cuales me perdí. Pero la duda definitiva me vino cuando el anfitrión explicó el esplendor de su economía mientras el resto bebíamos la botella del tequila de superlujo, reserva familiar que abría en aquellos momentos:
–Yo tengo… el 70% en México, sobreinvertido… hip, el 40 por ciento en las Seychelles, seguros y a buen resguardo… hip…– dijo.
–Eso es 10%, por encima del lógico racional– remató otro ingeniero.
–¡No lo has entendido…, y ahora lo vas a entender!… –continuó el primero–, otro 120% en entidades europeas…
Observé a todos estupefacto y me devolvieron una mirada inquisitorial.
¡A mí no me pregunten, soy de humanidades!. –comenté.
La reunión terminó con el anfitrión cabizbajo mirando fijamente la botella de tequila de lujo casi vacía diciendo: “Se ve que les ha gustado el tequilita, ¿verdad?”. Hasta en esos momentos luchaba por su economía, es un gran administrador.
JLVL
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